Hablamos constantemente sobre la importancia de saber expresarnos, de convencer, de impactar con nuestras palabras. Nos enseñan a seducir con el discurso, a dominar el arte de hablar en público, a argumentar con lógica y claridad. Pero casi nunca se nos habla de algo igual —o quizás aún más— importante: saber escuchar.

Escuchar de verdad es un acto profundamente humano. Y hoy, más que nunca, lo estamos olvidando. Vivimos en una época en la que todo el mundo quiere hablar. Todos queremos contar lo que sentimos, lo que pensamos, mostrar lo que somos. Las redes están llenas de voces, de opiniones y de ganas de ser escuchados. Pero irónicamente, cada vez escuchamos menos.
Nos enseñan a hablar bien, a tener respuestas rápidas, a destacar. Pero casi nadie nos enseña a escuchar con el alma. No con el oído distraído, sino con el corazón presente. Y eso, aunque parezca simple, es un arte.
Escuchar es mucho más que quedarse en silencio mientras el otro habla. Escuchar es estar. Es dejar de pensar en uno mismo por un momento y mirar al otro con honestidad, con empatía. Es soltar el impulso de interrumpir, de corregir, de dar consejos, y simplemente acompañar. Porque cuando escuchas de verdad, sin prisa, sin juicio, sin el “yo” de por medio, lo que estás diciendo es: “Lo que sientes me importa. Y estoy aquí para ti”. Y eso, para alguien que se siente solo, perdido, cansado, puede ser un regalo inmenso. Como dice la sabiduría popular: ”una pena compartida es media pena”. Porque todos, en algún momento, necesitamos que alguien nos escuche sin prisas, sin juzgarnos, ni querernos cambiar. Solo escuchar. Solo estar.
Es fácil querer hablar. Lo difícil es tener el coraje de callar y abrir espacio para el otro. Pero quienes saben escuchar —escuchar de verdad— se convierten en personas que uno no quiere soltar.
Cuando buscamos a una persona de confianza y nos sentamos en una terraza a tomar algo y tenemos una agradable charla, en ese momento se produce un cambio. Quizás lo más interesante no sean sus consejos, sino que se produce algo mucho más importante: salimos de “nuestro escenario y nos ponemos en la realidad”. La realidad de una terraza, una taza de café y una persona con la que hablar que nos ayude a salir de la fantasía de nuestro pensamiento. Esa cita es la que nos devuelve a la realidad y es posible regresar a casa más serenos, relajados y como si de alguna forma nuestros fantasmas se hubieran ido.
Cuando estamos frente a otra persona es como si estuviéramos frente a un espejo, conversar nos ayuda a entendernos y aprender quienes somos es un momento de gran libertad, es como soltar cuerdas de un globo y se eleva.
Escuchar también es amar, es cuidar y también sanar: “yo callo mi ego para escucharte a ti”.
Y como todos queremos ser escuchados, a veces lo más hermoso que podemos hacer por alguien es regalarle eso que escasea tanto: tiempo, atención y silencio sincero. Así que la próxima vez que alguien te hable… detente. Mírale. Escúchale. No para responder, no para convencer, no para tener razón. Solo para estar ahí. Porque quizás lo que esa persona más necesita no es una solución, sino saber una sola cosa: “No estás solo. Me importas”.
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